Llovió a cántaros. Las gotas de agua lidiaban contra
los vidrios
produciendo un murmullo irregular, perpetuo. El viento se unía
haciendo crujir las maderas. Haciendo temblar el suelo. Incluso el
sonido
difuso de los pájaros nocturnos, a lo lejos, se fundía entre el
bullicio de la
noche. Entre los truenos y estrellas, bajo el sonar de
las campanas de la
iglesia que ya daban las siete e incluso,
sobrecogiendo a la luna, que ni
siquiera se dejaba ver.
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