jueves, 7 de febrero de 2013

Y ya no quedó nada más.






Y ya no quedó nada más. Los témpanos de hielo se fundieron. Y con ellos el lago, la escarcha en el alféizar y los picos de las montañas. La nieve se fue también, dejando el jardín completamente despojado, desnudo. Y al nacer el día, ya no persistía el rocío, helado y eterno, dejándose acariciar por los tempranos rayos que se extendían en el horizonte malva. Se podía ver, en los páramos que bordeaban la casa, como el invierno se despedía, sin más. Y con él el frío, y la escusa tonta y simple de necesitar un abrazo. Y ya no quedó nada. Nada más. 




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